MIAMI, Estados Unidos. – En el documental La Rosa del 1111, un familiar de Rosita Fornés recuerda la anécdota de cuando la vedette se baja de su carro en una carretera congestionada y pregunta por qué el tráfico se encuentra detenido. Al verla aparecer, los otros choferes comienzan a maravillarse con su inesperada presencia y le abren paso para que pueda continuar, como si fuera una suerte de diosa terrenal.
La Fornés mantuvo la distinción y categoría que hoy disfrutan las llamadas celebridades en cualquier lugar del mundo, en medio de la aciaga “dictadura del proletariado”, antípoda de la bien ganada fama y glamour de una carrera luminosa durante la República, capítulo esencial de la historia cubana que iba siendo desmontado con alevosía por la inoperancia y vulgaridad castristas.
Hasta su último aliento, Rosita Fornés no solo fue una de las artistas más admiradas y exitosas de su país, sino la sobreviviente pertinaz de la ética personal y profesional, dada a la rigurosa clase artística de una época.
Pude disfrutar el documental La Rosa del 1111, dirigido por el yerno de la estrella, José Antonio Jiménez, esposo de la única hija de la Fornés, Rosa María Medel, durante una proyección privada a donde concurrieron numerosos admiradores y personas que contribuyeron apasionadamente con su bienestar hasta que falleció el 10 de junio del año 2020.
Entre ellas figura Irene López, quien la atendió y cuidó en su casa ―al cual pertenece el número 1111 del título del documental―, con el esmero y la generosidad que dicta la admiración y el cariño por su arte y persona.
El audiovisual se adentra en el último año de la vedette cubana, que aconteció en Miami, donde celebró su cumpleaños 97, el 11 de febrero del 2020.
Dilucida una suerte de consenso espontáneo entre quienes son convocados: familiares de generaciones diversas, médicos, maquillistas, colegas, peluqueros, músicos, directores de espectáculos, arreglistas y, sobre todo, sus fanáticos, en retratarla como una persona franca, sin las exuberancias del ego, muy segura y minuciosa del dominio que tuvo de una amplia variedad de géneros artísticos.
Irene López se adentra en su vida cotidiana, del gusto que tenía por el café con leche y dos donuts [rosquillas] para el desayuno; así como en la sencillez casi monástica del resto de su cotidianidad.
Un cirujano que la operó recuerda su entereza con cariño y de cómo durante la estancia en el hospital, otros empleados querían disfrutar el privilegio de estar cercanos a un mito.
Hay un fanático que la conoció desde muy joven en La Habana y tiene en el cuarto donde duerme una pared santuario donde figuran más de 100 fotos de la diva.
A finales de los años 80, cuando yo presentaba el programa cultural Entre nosotros, en la Televisión Cubana, dirigido por la poeta Raysa White, tuvimos la suerte de entrevistarla en su apartamento de Nuevo Vedado, frente al Zoológico Nacional.
Me asombró la destreza y candor de Rosita para lidiar con sus colegas de la Televisión, imbuidos de veneración y respeto. No olvido sus instrucciones al técnico de luces, precisamente dónde debían colocar la cámara para tomar su mejor ángulo.
La Rosa del 1111 intercala entre cada bloque de testimonios algunas de sus presentaciones y canciones emblemáticas, además de fotos que expresan garbo y belleza.
Las que aparecen en blanco y negro, tomadas por famosos estudios fotográficos cubanos antes de 1959, bien pueden competir con los legendarios retratos publicitarios de Hollywood.
Este modesto documental, sin tener otra pretensión que la de guardar parte del legado de una figura cenital de la cultura cubana, es importante que haya sido realizado para futuras generaciones, cuando se despeje la hojarasca ideológica, nadie recuerde a la claque criminal que dio al traste con la nación y solo alumbre la fijeza de su creación artística.
Prejuicios e intromisiones políticas de toda índole han causado la pérdida de otras memorias clave, sin que nos quede la recuperación verosímil que otorga la imagen y el sonido.
El rompecabezas dislocado cubano hay que armarlo con paciencia y amor.
Rosita Fornés venció todos los valladares que le interpusieron para que rindiera su realeza. Este documental es otra prueba fehaciente de su victoria, que aconteció con discreción y sin algarabía.
La Vedette de Cuba fue testigo excepcional del derrumbe de un país que amó entrañablemente, donde permaneció impertérrita sobre el escenario ―que no le pudieron disputar―, para seguir concediendo felicidad en medio de tanto desasosiego.
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